Estudiantes de primaria elogian los poemas locales
1. "No puedo ir a casa"
El viento de la noche barrió la tranquilidad del pueblo, y las desordenadas hojas de bambú se convirtieron en una bola; la lluvia arrastra los sinuosos caminos rurales que conducen a escuelas, montañas y ciudades. Temprano en la mañana, las gotas de rocío se balanceaban juguetonamente en las copas de los melocotoneros y en el suelo. El abuelo Sun también se estiró. El débil sol calentó todo el pueblo. El viento cesó y la lluvia cesó. Las flores de durazno están en plena floración, el sol brilla intensamente y el pueblo está lleno de vitalidad.
La gente convierte las hojas viejas de bambú en humo. Despidiendo sus almas danzantes, lágrimas negras gotearon sobre los azulejos cubiertos de camisas verdes. Los caminos bañados por la lluvia revelaron sus lindos dientes y el chirrido de los cubos golpeó sus tímpanos. Un grupo de niños va a la escuela y utiliza las suelas de sus zapatos y una base espesa para decorar sus corazones mojados por la mañana.
Extraño la lluvia en mi ciudad natal, el bosque de bambú detrás de la casa y las cálidas manos de mi segunda madre; extraño la larga barba de mi abuelo y el camino frente a la puerta; viejos pilares grabados con huellas de mi crecimiento; extraño los melocotoneros de mi ciudad natal; Los gallos cantan, los fuelles acompañan, los rebaños de vacas y ovejas cantan canciones populares, se llevan azadas, el sonido de los libros es fuerte y el silencioso callejón de la lluvia hace fluir mis pensamientos.
Volviendo a este incidente muchos años después, los sentimientos de los lugareños siguen siendo muy familiares y cálidos.
2. Te extraño, mi ciudad natal
Después de la lluvia, el sol de la mañana se cubre de nubes y el pájaro de alas doradas bate sus alas y mira a su alrededor. Posupa, estoy saludando. ¡Te extraño, ciudad natal! Enhebre 1000 cometas de papel en el cielo azul y suelte suavemente su primer sueño de la infancia. ¡Desapareciendo, busco silenciosamente una ciudad natal que te extrañe!
Al otro lado de la playa fluvial, un pesado incienso balinés cuelga de las ramas. En el sombrío viento otoñal, me quedo indiferente, extrañándote, mi ciudad natal. Para pasar el juramento de generación en generación, se plantó cuidadosamente un frijol rojo en el suelo fértil. La luz de las velas ardía y negué con la cabeza: ¡ah, te extraño, mi ciudad natal!